Una
elegante señora viajaría a Miami, pero por
causas imprevistas le informaron que el avión en
el que ella viajaría se retrasaría
aproximadamente una hora. La elegante señora, un
poco fastidiada, compró una revista, un paquete
de galletas y una botella de agua para pasar el
tiempo y se fue a sentar a la sala de espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a
su lado y comenzó a leer un diario. De
imprevisto, la señora observó cómo aquel
muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba
la mano, agarraba el paquete de galletas, lo
abría y comenzaba a comerlas, una a una,
despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto. No quería ser
grosera, pero tampoco dejar pasar aquella
situación o hacer de cuenta que nada había
pasado, así que, con un gesto exagerado, tomó el
paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al
joven y se la comió mirándolo fijamente a los
ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y
mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora
ya enojada, tomó una nueva galleta y, con
ostensibles señales de fastidio, volvió a comer
otra, manteniendo de nuevo la mirada en el
muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas
continuó entre galleta y galleta. La señora cada
vez más irritada, y el muchacho cada vez más
sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el
paquete sólo quedaba la última galleta. “No
podrá ser tan descarado”, pensó mientras miraba
alternativamente al joven y al paquete de
galletas. Con calma el joven alargó la mano,
tomó la última galleta y con mucha suavidad la
partió exactamente por la mitad. Así, con un
gesto amoroso, ofreció la mitad de la última
galleta a su compañera de banco.
“¡Gracias!”, dijo la mujer tomando con rudeza
aquella mitad. “De nada”, contestó el joven
sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el avión anunció su partida.
La señora se levantó furiosa del asiento y subió
al avión. Al despegar el vuelo, la señora pensó:
“¡Que insolente, que mal educado, que ser de
este mundo!” Sin dejar de mirar con
resentimiento al joven, sintió la boca reseca
por el disgusto que aquella situación le había
provocado. Abrió su bolso para sacar la botella
de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando
encontró, dentro de su cartera, su paquete de
galletas intacto.
REFLEXIÓN
Me encanta esta historia, porque claramente
podemos ver cómo nuestros prejuicios, nuestras
decisiones apresuradas, nos hacen valorar
erróneamente a las personas y cometer las peores
equivocaciones. Incluso nos hacen quedar muchas
veces en ridículo.
Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en
nosotros, hace que juzguemos, injustamente, a
personas y situaciones, y sin tener aún por qué,
las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas
veces tan alejadas de la realidad que se
presenta. Así, por no utilizar nuestra capacidad
de autocrítica y de observación, perdemos la
gracia natural de compartir y enfrentar
situaciones, haciendo crecer en nosotros la
desconfianza y la preocupación.
Cuántas veces nos inquietamos por
acontecimientos que no son reales, que quizás
nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos
con problemas que tal vez nunca ocurrirán.
Dice un viejo proverbio: “Peleando, juzgando
antes de tiempo y alterándose no se consigue
jamás lo suficiente, pero siendo justo, cediendo
y observando a los demás con una simple cuota de
serenidad, se consigue más de lo que se espera”.
Hijos, no juzguen a las personas por sus actos o
su apariencia, traten de mirar más allá, verán
que no son lo que creían ni lo que pensaban.
Dios te bendiga y María Santísima te acompañe.—
Fuente:
Presbítero Basilio Ochoa López (*)
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